Te he estado buscando para que me cures las heridas y por
fin te encontré. Por fin encontré la cura que no me sabe a miedo, la que me
hace respirar, sentir y sonreír.
He estado buscando tu mirada en este frío invierno. Estaba
ahí. Estabas ahí.
Mis ojos lloraban por dentro y no dejaban salir ni una sola
lágrima. Te esperaban. Era solo eso, mis ojos te esperaban como la primera vez,
como la primera vez que la tierra dio un giro y te tuve delante de mí.
Mis ojos dicen que no era tristeza, sino miedo, miedo de que
dejaras de mirarlos y de desearlos. Tenían miedo, el mismo miedo que puede
tener una niña pequeña al sentir oscura su habitación o el miedo que sienten
los drogadictos cuando no tienen nada para saciar ese mismo miedo.
Ya empieza la primavera. El miedo se va desvaneciendo. Mis
ojos creen en ti, te desean e intentan mirar fijamente los tuyos.
La luz de tus ojos no delatan y tus labios mediante una
sonrisa me lo vuelven a demostrar.
Es una tremenda pena que a veces nuestros ojos permanezcan
ciegos.
Anna